El niño interior es una rama arraigada en el alma, que se manifiesta en forma de pensamientos, emociones y sentimientos ante diferentes situaciones que lo evocan.
Algunas personas tienen heridas emocionales de la infancia que no fueron resueltas en su momento, lo que conlleva a que su niño interior siga herido, y aún hoy, siendo adultos continúe lesionado. Porque crecer por fuera no implica crecer por dentro.
En la niñez se pueden tener experiencias que traen consigo soledad, incomprensión, tristeza, enojo e inseguridad.
Si estas vivencias fueron muy traumáticas y no se atendieron oportuna y adecuadamente, se convierten en huellas que permanecen vigentes hasta que el adulto decida reconciliase con su pasado; mientras no lo haga seguirán llegando a su mente diálogos internos nocivos y creencias negativas de su ser, lo que repercute de manera contraproducente en su presente.
Estas pautas de pensamientos, conductas y emociones aparecen de manera sorpresiva, lo cual produce malestar físico, mental y emocional. La mayor parte del tiempo no se es consciente de lo que está pasando, ya que se asume como algo normal, porque se ha experimentado de muchas maneras y con diferentes nombres lo largo de la vida.
Es así como, al ser mayores es necesario reencontrarse con el niño interior y convertirse en su mentor, ese que de manera amorosa le ayudará a sanar cada una de sus heridas.
Para ello es preciso traer a la memoria recuerdos de la infancia, seguramente no muy gratos, porque se visualizará de nuevo el punto exacto en donde se originaron emociones tales como la tristeza, la inseguridad y el miedo, entre otros; lo que claramente generará cierto descontrol. Sin embargo, con la madurez de los años será posible construir un espacio confiable en el que paulatinamente será viable gestionar estos sentimientos de manera asertiva, lejos de los juicios, las culpas o el rencor.
Es muy importante estar al lado de este niño herido y decirle que no es responsable de lo que vivió; así mismo hacerse cargo de él, aceptarlo, escucharlo, consolarlo y abrazarlo con amor y empatía. A partir de ese momento con un lenguaje reparador, es conveniente enviarle mensajes innovadores que lo ayuden a nutrirse, a valorarse y a cambiar la percepción que tiene de sí mismo.
Es imprescindible hacerlo sentir protegido en un espacio confiable, en donde vaya sanando sus heridas y pueda recordar el pasado de una manera consiente, aceptando que, si bien no puede cambiarlo, si puede resignificarlo a través de un enfoque resiliente.
Tal vez, sea el momento indicado para escribirle una carta a nuestro a nuestro niño interior y lo digo en plural, porque todos sin excepción tendremos algo que contarle, no necesariamente desde el dolor, también desde la alegría y la gratitud. En este texto quedará plasmada su historia, que es también la nuestra, esa que compartimos desde nuestra concepción, así mismo, en ella podremos dejar constancia de que hoy lo vemos y que reconocemos con júbilo la unidad que siempre hemos sido.
Una vez concluida esta misiva, tendremos la posibilidad de leerla a su lado y mirándolo a los ojos podremos decirle que nunca más volverá a estar solo, posteriormente, si lo consideramos oportuno, tomaremos su pequeña mano para seguir avanzando juntos y sanando de ser necesario, teniendo claro que todo lo vivido hace parte de nuestra experiencia terrenal y que tanto lo bueno como lo no tan bueno nos ha convertido en quienes hoy somos.
Cree en la sensibilidad y en la sabiduría de tu niño interior
Cree en los mensajes que tiene para darte
Crea canales de comunicación amorosos, respetuosos y empáticos con él.
Cree para crear.
Adriana Rubio Llano.